Pusimos la cajita de plástico en la pizarra donde las tizas y cuál fue nuestra sorpresa que, al día siguiente, ¡ya no estaban los caracoles! ¡habían desaparecido!
Les dije a los peques que mirásemos por todos los rincones. Y vaya si miraron. Encontraron de todo y dejaron la clase inmaculada: Trozos de goma detrás de los muebles, piezas escondidas detrás de las estanterías, ceras caídas debajo de las cajas... Lo típico que se va colando por los resquicios y no ves.
Pero los caracoles no estaban. Al final se convirtió en la noticia del día:
Pensamos en los motivos de por qué se podrían haber escapado y la mayoría llegó a la conclusión de que podrían haber ido a buscar comida. Hubo diversidad de respuestas: Si buscaban a su familia, si había alguna lechuga escondida en la clase, si querían volver a casa, etc. Y quisimos plasmar lo que había ocurrido pensando qué podría haber pasado:
La cosa es que no los llegamos a encontrar pero los peques siguieron trayendo caracoles. Así que habilitamos otra cajita -esta vez con tapa- para que no se fuesen.
Pasaron los días y llegó la hora de los preparativos de Navidad. En un rincón al lado de la pizarra tengo guardados los rollos de papel continuo y cogí uno que necesitaba de color rojo. Al salir hacia la sala de profesores oigo "¡clack, clack!". Dos sonidos de algo duro cayendo. Miro hacia abajo con el rollo rojo en la mano y ¿qué me encuentro? ¡¡Los dos caracoles!! ¡¡Me morí de risa yo sola!! Al parecer se habían escondido en el rollo y seguían vivos. ¿Sabéis lo que habían hecho? Se habían comido el papel.
¡Qué traviesos! ¡Me habían agujereado el papel hasta el fondo del rollo! Debían de tener hambre, sí. Cuando se lo enseñé a los peques se quedaron muy sorprendidos, no sabíamos que los caracoles se comían el papel.
Como había pasado un tiempecillo, ya habíamos habilitado un sitio mejor para tener a nuestras mascotitas. Los peques seguían trayendo caracoles que encontraban y pusimos junto a ellos a los dos caracoles escapistas. Ya teníamos unos cuantos. Cogimos una caja de plástico, le pusimos tierra de jardín, algunas plantas, piedras para refugiarse y humedad y alimento. En la web caracolpedia viene información de cómo cuidarlos.
Ah, nuestra compi Anna nos trajo un caracol grande con la concha pisoteada y pensábamos que se iba a morir, pero el papá de Jorge, que sabe mucho de animales, nos comentó que si lo cuidábamos, se podría regenerar y sobrevivir, así que se quedó con nosotros y lo tuvimos vigilado al estilo UVI.
Ya parece un lugar más decente
La red para dejarles respirar y que no se escapen
Los peques andan entusiasmados observando los caracoles
Miran, comparan, analizan, tocan, juegan, imaginan...
Algunos peques comentan que les gusta coger los caracoles porque la baba es buena para la piel
Hay que estar atentos porque los caracoles no van tan despacio
De repente, a los días siguientes nos llevamos una sorpresita algo escatológica pero no por ello poco interesante. Nos fijamos en los "desechos" de los caracoles escapistas -sus cacas, vamos-, y qué curioso, eran del mismo color que el papel:
O sea, que aquí está la prueba irrefutable de que habían sido los caracoles los que se habían comido el papel para aquellos que no se lo creían (que los había). Comen rojo: hacen caca roja. Lo que les hace pensar que si comen otros colores, la caca debería de salir de colores.
Un día Anna decide traer un pepino y una patata frita. Decido dejar solo el pepino porque leemos que si toman cosas con sal o azúcar les sienta mal. David en su momento también dejó unos caramelos en la caracolera, pero no quise arriesgarme y le expliqué que en lugar de experimentar vaya a ser que nos los cargásemos, mejor quitábamos los caramelos porque ya habíamos leído que les sentaba mal.
Como algunos peques no estaban seguros de si solo comían lechuga y creían que no se iban a comer el pepino que trajo Anna, dejamos el pepino al alcance de los caracoles a ver qué pasaba:
Y sí. Se comieron el pepino enterito. No dejaron nada. Solo mucha agua en la tierra. Debe ser porque el pepino contiene mucha agua.
En otra ocasión trajeron un champiñón grande y también lo pusimos.
Pero vimos que preferían la lechuga al champiñón. Así que no volvimos a darle champiñones.
Los caracoles no dejan de darnos sorpresas. Los peques tienen la costumbre de observar todas las mañanas la caracolera. Se han convertido en sus queridas mascotas. Y una mañana, los primeros que entraron a clase salieron corriendo a la puerta a decirme: ¡¡¡Seño, los caracoles han puesto huevos!!! Estaban realmente emocionados.
Un caracol grande los estaba expulsando por un agujero de su lateral y parece que luego los iban enterrando, porque al principio se veían bien pero luego los veíamos cada vez menos. Los huevos son blanquitos y blanditos, delicados. Confieso que más de uno ha acabado en las manitas de los peques y vete tú a saber qué habrá sido de él.
Luego están las bolitas blancas que sospechamos que son caracoles bebés, porque no estamos seguros de los que son. No son como los huevos. Son algo más duritos y parecen más caracolitos. (Nota mental: Traer una buena lupa a la clase).
Por cierto, si observamos en la foto superior, además de las minibolitas, hay restos rosa porque habíamos traído tomate y los tomates son rojos.
Total, que hemos decidido hacer un cuaderno de campo donde plasmar las cosas interesantes que observamos de los caracoles. Lo primero que hemos hecho ha sido coger un caracol y traerlo a cada mesa para que pudieran observar su fisonomía y hacer la portada de su cuaderno. Más tarde, ya que estamos bastante familiarizados, iremos poco a poco profundizando en su estudio.
La actividad de observación fue muy divertida porque los caracoles se salían de su vasito:
Lo pasaron en grande y también se pusieron a plasmarlos en tres dimensiones:
Un caracol
Aquí lo plasmaron con todo lujo de detalles
Bueno, esto no ha hecho más que empezar. Es una actividad paralela a otras tantas que estamos llevando a cabo. Veremos si al aumentar la familia tendremos que preparar otra caracolera más grande.
Los peques se lo están pasando genial con los caracoles. No sé realmente si el sentimiento es mutuo por parte de los bichitos, que espero que sí. Lo que pasa es que a veces tiene que incomodar que te pongan a hacer carreras o a recorrer manitas y brazos cuando no te apetece mucho. Esta es una manera de enseñar a los pequeños a respetar a los animales, entender sus necesidades y cuidarlos.
Por cierto, hablando de cuidarlos, gracias a todas las familias que se han interesado por los caracoles y han aportado material y comida para su cuidado. Hago mención especial a Ilya, quien nos trajo una lechuga enterita. Ya tenemos comida para semanas.
Continuará...